Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, señalaba que los anhelos de movilidad social era la raíz de buena parte de los problemas en los estados modernos al no conformarse cada individuo a su posición en la escala social frustrándose en su constante deseo de ascender. Parto por aclarar que no comparto en nada sus apreciaciones, defiendo el que todos tengamos el derecho a mejorar nuestro estándar de vida y a construir condiciones más ventajosas para nuestros hijos, pero sí creo que las odiosas luchas de clases han terminado por introducir los gérmenes de la discriminación, el arribismo, la envidia y el resentimiento.
Mientras me paseaba en medio de dueños de fundos, criadores de caballos de fina sangre, familias bajándose de camionetas con doble tracción y muchachos estacionando los descapotables de sus padres, me detuve a observar a un humilde vendedor que voceaba sus jugos de frutas que eran exprimidos en el momento con la ayuda de su hijo un chico de no más de diez años al que llamaremos Juan y que de seguir el mundo su curso es probable que en quince años más sea él quien vocee la venta de zumos en las fiestas patrias del 2025.
Minutos después en medio de la multitud reconocí a un famoso empresario dueño de buena parte de la producción vitivinícola de nuestro país acompañado de sus numerosos nietos entre los que destacaba por su vivacidad la más pequeña a la que llamaremos Isidora y que de seguir el mundo su curso de seguro será rostro de las páginas sociales de las revistas de papel cuché en un futuro próximo.
Mi tarde transcurrió probando vinos de guarda, degustando finos quesos, observando caballos (de los que aparte de montarlos no sé nada), hasta que de repente me volví a encontrar con la Isidora quien entusiasmada se dedicaba a hacer volar por el aire decenas de burbujas de jabón las que eran perseguidas por Juan quien intentaba retenerlas en sus manos para devolverlas a su dueña. Por un instante Plaza Italia se vino abajo y la más hermosa de los de arriba y el más tierno de los de abajo jugaban juntos sin importarles sus cunas y linajes. El mágico momento no duró mucho, Isidora recibió el llamado para unirse al séquito familiar y Juan debió regresar a exprimir naranjas, pero no dejo de pensar que si llenáramos la ciudad de burbujas de jabón quizás los de arriba dejarían de desconfiar de los de abajo y los de abajo no sentirían envidia de los de arriba y todos seríamos más felices.