miércoles, 31 de marzo de 2010

Piñihuil

De seguro el nombre de Piñihuil no debe tener ningún significado para buena parte de quienes lean esto más allá de ser uno de esas palabras propias de las lenguas aborígenes sudamericanas imposibles de pronunciar para los anglos parlantes.
Lo cierto es que Piñihuil es el nombre dado en lengua mapuche huilliche a un conjunto de islotes ubicados frente a una pequeña playa en la costa occidental de la isla de Chiloé, zona que ha sido declarada Monumento Natural por ser uno de los pocos lugares en el mundo donde nidifican juntos pingüinos de Humboldt y de Magallanes, de hecho es uno de los puntos más septentrionales donde es posible encontrar a estos últimos. El lugar se ha transformado en visita obligada para amantes de la naturaleza ya que además de la inmensa población de pájaros niños también es posible contemplar buen número de albatros de cuello rojo y gaviotines; junto a las aves abundan los “chungungos”, suerte de nutria de mar, y no es extraño poder observar delfines australes saltando asomándose entre el oleaje, incluso de tanto en tanto es posible ver alguna familia de ballenas jorobadas avanzar por el horizonte marino.
Una década atrás Piñihuil era sólo una remota caleta de pescadores artesanales en las costas del Océano Pacífico a la que tan solo era posible acceder luego de un par de horas de camino en vehículos 4WD. Con la llegada de los primeros turistas ecológicos, la declaración de la zona como Monumento Natural con el consecuente arribo de los guarda parques y el asesoramiento de una que otra ONG, los pescadores optaron por abandonar sus redes montar un par de restaurantes en medio de los roqueríos, agregar cierta infraestructura hotelera básica y usar sus botes para acercar a los visitantes del lugar a los islotes donde la fauna marina reina en todo su esplendor, demostrando que la preservación ecológica puede ser una actividad económica altamente sustentable.
Por experiencia propia les puedo decir que el lugar es sencillamente maravilloso, repleto de extasiante vida salvaje, un verdadero paraíso para amantes de la naturaleza y la fotografía.
Mientras caminaba por la playa esperando mí turno para embarcarme rumbo a los islotes me acerqué a un guarda parques para hacerle ciertas consultas, el funcionario me respondió de forma bastante áspera pero inmediatamente se devolvió a pedirme disculpas por su actitud. Me explicó que se encontraba mal humorado porque pocos minutos antes había tenido que llamar la atención a un grupo de niños venidos de la zona central del país que a vista y paciencia de sus padres estaban arrojando piedras desde los acantilados a los pingüinos instalados en un islote próximo.
En medio de la hermosura del lugar y pensado en lo que me comentó el guarda parque me pregunté ¿Quién mierda recorre más de mil kilómetros en carretera, cruza en transbordador a la isla de Chiloé, avanza hasta la zona costera por un camino que hace parecer a las rutas del rally Dakar como un paseo de fin de semana, paga su entrada a un Santuario de la Naturaleza, y se interna en medio de filosos acantilados tan sólo para permitir que sus malcriados hijos le arrojen piedras a un nido de pingüinos?..... Y se supone que hemos evolucionado.

jueves, 25 de marzo de 2010

Hojas Interiores

El individuo de la fotografía es un noble Nogal Negro, aunque de negro bastante poco. Durante los mese de primavera sus hojas se pintan de un rojo intenso, hacia el verano adquieren su perfecto verdor y ya en el otoño adquieren un delicado dorado opaco justo antes de que el viento las arrastre dejando el oscuro tronco desnudo durante el invierno.
Esta cambiante condición estacional es una constante en todos los seres vivos, no siempre en la forma del color de hojas o cambios de pelaje, pero sí al menos en cuento a comportamiento. Es un hecho comprobado que los distintos niveles de luminosidad y temperatura, en especial en los extremos australes y boreales, afectan el comportamiento de todo organismo viviente y los seres humanos no somos la excepción.
No sé si en mi vida anterior habré sido alguna clase de osezno pero el invierno me sumerge en un potente letargo, las sabanas me resultan mucho más seductoras que de costumbre y sólo deseo estar convenientemente abrigado al interior del calor de mi hogar, todo lo anterior no es en ningún caso malo pues es la época donde me doy más tiempo de leer, revisar ciertos clásicos del cine en dvd y escuchar muchísima buena música, en cierta medida los meses invernales me refinan intelectualmente hablando. Sin embargo la llegada de la primavera me despierta una verdadera sed de contacto con la naturaleza, de aprovechar el día al máximo, vuelvo a recordar con más fuerza que nunca que mi pasión es la fotografía. Este estado llega a su pick en el verano donde prácticamente me sacio de amaneceres y atardeceres.
Pero el otoño acaba de llegar, no solo porque lo diga el calendario, pude comprobarlo hace algunos días cuando visite el parque donde se encuentra el nogal de la fotografía y me entretuve caminando entre las hojas secas desperdigadas por todos lados, escuchando el crujiente crush que producen cuando se resquebrajan debajo de mis pies.
El otoño me resulta un tiempo para bajar las revoluciones aceleradas por las actividades veraniegas, la ocasión de nuevamente empezar a meditar, a leer, a descansar. Hay días soleados donde se puede disfrutar de una caminata al aire libre pero sin esa premura del verano y sin que las playas estén llenas de equipos publicitarios regalando cremas, protectores solares y suscripciones a compañías telefónicas. Pero también hay días fríos donde se redescubre lo sabroso que es quedarse en casa bien abrigado no solo por ropa más gruesa sino también por el calor de quienes uno ama.

viernes, 19 de marzo de 2010

La Muerte del Sol Imaginario

Supongo que las Musas de la poesía prefieren la hora del atardecer y en especial cuando este es junto al mar para hacerse presentes, por sobre todo cuando se producen algunos de los paisajes más hermosos e inspiradores a mi juicio, y al parecer no sólo al mío. Quizás lo anterior explique porque en unos cuantos kilómetros de costa al sur de Valparaíso se encuentren las casas de algunos de los más renombrados poetas que ha producido el suelo chileno: la de Pablo Neruda, en los roqueríos de Isla Negra en las proximidades del Quisco; la de Vicente Huidobro, en la en antaño aristocrática Cartagena; y la de Nicanor Parra, en la rural localidad de Las Cruces.
Nicanor a lo largo de su vida ha sido y continúa siendo tan impredecible, enigmático y poco convencional que es probable que le resulte más inspirador el plato de cereales del desayuno que la más perfecta puesta de sol junto al Océano, pero si eligió vivir allí debe ser por algo.
Que mejor al contemplar un atardecer de fuego y hierro que uno de los mejores, desconcertantes y profundos versos de don Nicanor Parra:


“El hombre imaginario vive en una mansión imaginaria
Rodeada de árboles imaginarios a la orilla de un río imaginario.

De los muros que son imaginarios penden antiguos cuadros imaginarios
Irreparables grietas imaginarias que representan hechos imaginarios
Ocurridos en mundos imaginarios en lugares y tiempos imaginarios.

Todas las tardes, tardes imaginarias, sube las escaleras imaginarias
Y se asoma al balcón imaginario a mirar el paisaje imaginario
Que consiste en un valle imaginario circundado de cerros imaginarios.

Sombras imaginarias vienen por el camino imaginario
Entonando canciones imaginarias a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria sueña con la mujer imaginaria
Que le brindó su amor imaginario
Vuelve a sentir ese mismo dolor, ese mismo placer imaginario
Y vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario.”

El Hombre Imaginario – Nicanor Parra

lunes, 15 de marzo de 2010

Simplemente Ostiones

Me fascinan los productos del mar, entre ellos en especial los mariscos, y entre estos en especial las ostras. Muchas cosas se pueden decir de estas sorprendentes criaturas, durante horas se podría reflexionar y hacer profundas analogías acerca de lo resistente de sus caparazones y del asombroso proceso mediante el cual pueden transformar al más insignificante grano de arena en la más perfecta de la perlas. Sin embargo creo que lo mejor que se puede decir de las ostras es que son realmente deliciosas marinadas en limón y vino blanco o gratinadas con abundante queso parmesano.
En ocasiones lo mejor que se puede decir de algo es simplemente lo más elemental.

lunes, 8 de marzo de 2010

Jaque Mate

Nadie discute las noblezas del ajedrez como un juego basado por sobre todo en la inteligencia y paciencia aplicada, pero también tiene algo de perverso en sí mismo. Quiero decir que si uno hace un análisis detenido el juego consiste en mediante una elaborada estrategia, el estudio de los movimientos del rival y el calculado sacrificio de las propias piezas, debilitar paulatinamente al oponente hasta el punto que este se vea obligado a rendirse. Expuesto así, y si no supiera que el juego lo crearon los hindúes y adquirió su actual forma en la Europa medieval, pensaría que fue ideado por el dueño de una corredora de bolsa o por el profesor de alguna escuela de negocios.
Pero más allá de su objetivo también hay algo de clasista y de discriminatorio en la conformación de sus piezas que de alguna forma refleja muy bien nuestras sociedades modernas: en primer lugar de importancia están el rey y la reina, que de forma directa pueden representar a nuestras clases políticas gobernantes en donde todo al final gira en torno a proteger sus intereses; luego están los alfiles, con formas de obispos y que así como en el Medievo también en la actualidad simbolizan el poderío de la iglesia y su conservadurismo; en tercer lugar están los caballos, símbolo de la caballería la que en la antigüedad estaba conformada tan solo por los miembros de la nobleza y que podría representar nuestra nobleza aristocrática contemporánea o sea los representantes del estrato socioeconómico más acomodado; posteriormente aparecen las torres, que dada su forma podrían ser un símil de nuestra infraestructura industrial; y finalmente están los peones, cuyo único fin es ser sacrificados o a lo sumo ayudar a recuperar alguna de las piezas mayores pérdidas, indudablemente representan al pueblo llano, a la clase trabajadora, cuya única utilidad es la de favorecer los intereses y mantener el estatus de quienes están sobre ellos.
¿Qué pasaría si un día los peones se rebelaran y pusieran en jaque a su propio rey?
De seguro han vistos en las noticias internacionales las gigantescas turbas saqueando supermercados, farmacias, bencineras y toda clase de comercio después del terremoto ocurrido en Chile a finales de Febrero. Es cierto que entre este mar humano abundaban descarados delincuentes que no tuvieron ningún empacho en huir con televisores LCD, lavadoras, ropa exclusiva, cajas de licores y todo aquello que les fuera fácil de vender a buen precio, pero en su mayoría esta avalancha humana estaba compuesta por dueñas de casa, por obreros, por estudiantes, por gentes comunes y corrientes usualmente honestas como aquellas con quien uno a diario cruza su andar pero ahora desesperadas por conseguir algo de leche, pan, pañales, agua embotellada y cualquier clase de alimentos.
También es cierto que esas imágenes me indignaron y que quizás fui uno de los primeros en pensar que el gobierno debía sacar al ejército a las calles a restablecer el orden a punta de culatazos y balas, pero al paso de los días y con la sangre más fría comencé a reflexionar en qué momento realmente se iniciaron los saqueos.
Los saqueos no se iniciaron en las poblaciones marginales ni en las periferias, no se originaron inicialmente en la desesperación de los damnificados pasado un día del sismo. Los saqueos se iniciaron a las pocas horas de ocurrido el terremoto al interior de los hogares más acomodados del país en las zonas que no se vieron en nada afectadas cuando extensas filas de camionetas todo terreno y automóviles caros acaparaban todo el combustible disponible en las pocas bencineras que se mantenían en servicio. Continuó cuando, y de ello soy testigo presencial, los supermercados de los barrios acomodados se abarrotaban de hombres y mujeres histéricos que colmaban las cajas con dos y hasta tres carros repletos de varios kilos de pan, docenas de latas de conservas, litros y litros de leche y agua embotellada, en resumen de lo suficiente como para que una familia promedio pudiera subsistir por los siguientes tres o cuatro meses. Insisto en que esto tuvo lugar en zonas que no fueron gravemente afectadas y en donde el abastecimiento estaba absolutamente garantizado.
Este insensible acaparamiento, esta sensación de que quienes tienen dinero se estaban llevando todos los bienes disponibles, provocó la desesperada idea de que era necesario abastecerse a como diera lugar y en algunos lugares ello tuvo mediana razón.
Un ejemplo claro de esto es que días después y cuando el orden público se restableció, mientras en los hogares del barrio alto las despensas se encontraban repletas de alimentos que en muchos casos terminaran por superar sus fechas de vencimientos, en los supermercados de las barriadas fuertemente custodiados por los militares no se venden más de dos bolsas de mercadería por persona.
El devastador terremoto de 1960 nos obligó como sociedad a replantearnos nuestras normas de edificación y el de qué manera estábamos levantando nuestros edificios; el terremoto del 27 de Febrero recién pasado nos obliga a replantearnos sobre qué clase de sociedad es la que estamos construyendo.

martes, 2 de marzo de 2010

¿De que Madera Estamos Hechos?

Antes de hablarles del fuerte terremoto que afecto a mi país la madrugada del sábado recién pasado permítanme presentarles la Iglesia de Quinchao, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y ubicada en una pequeña caleta de pescadores en la isla del mismo nombre al oeste de la isla grande de Chiloé en las puertas de la Patagonia. Fue levantada por los jesuitas en el siglo XVII con resistente madera de alerce y tepual, y aunque ha sido restaurada en numerosas ocasiones se mantiene fiel a su diseño y materiales originales.
Ha resistido incontables temporales en una de las zonas con la mayor pluviometría en el mundo, sus cimientos han sido remecidos por al menos una docena de terremotos, las olas del Océano Pacífico llegaron hasta sus atrios para el maremoto de 1960 y hace un año atrás su techo se vio cubierto por las cenizas arrojadas por el volcán Chaitén; pero sigue en pie, sencilla y humilde en sus construcción pero a la vez orgullosa y altiva en el espíritu que representa.
De los diez sismos más fuertes que han sacudido el planeta, desde que se tienen registros y mediciones, tres han ocurrido en Chile; el primer lugar lo tiene el terremoto y maremoto de Valdivia de 1960, calificado como el más devastador de la historia; el que tuvo ocasión hace cuatro días ingreso directamente al quinto lugar de este nefasto ranking. Para que se hagan una idea este sismo de 8,8 grados righter liberó una energía ochocientas veces mayor que la del terremoto que devastó a Haiti y más de mil veces mayor que la liberada por la bomba de Hiroshima.
Pero para quienes vivimos en Chile bailar al compás de las fuerzas de la naturaleza es algo que se aprende desde niño, no en vano tenemos un fuerte sismo en algún punto del territorio en promedio cada diez años y sufrimos cuatro megaterremotos por siglo. En todos nuestros edificios emblemáticos y principales obra de infraestructura se repite como fecha de fundación 1906, 1939, 1960 y 1985, todos ellos años en los que un terremoto devastó al país, a estos de seguro se sumará el 2010. ¡Cuántas veces lo hemos perdido todo y cuantas veces lo hemos vuelto a levantar!; a lo largo de nuestra historia ciudades como Concepción, Chillán, Toltén, Chaitén y otras han sido refundadas y movidas desde su ubicación original luego de ser destruidas por un sismo, un tsunami o la erupción de un volcán, de seguro en los próximos meses fundaremos Nueva Constitución, Nuevo Pelluhue, Nuevo Cauquenes y cuantos otros.
Sin embargo no se engañen no todo es devastación. El sismo de 1960 enseñó a nuestros arquitectos e ingenieros a levantar casas y edificios con una de las normas antisísmicas más exigentes del mundo, de hecho los edificios colapsados no alcanzan al 5% en toda la amplia zona que abarcó el terremoto. Obviamente los poblados más cercanos al epicentro quedaron completamente en el suelo pero en lugares como Valparaíso donde el movimiento alcanzó más de 7 grados cuando escribo esto, cuatro días después, la vida sigue absolutamente normal, más allá de algunos problemas de cortes de agua o electricidad en ciertos sectores. Si bien el maremoto cobró la vida de más de quinientas personas, lo cierto es que dada la población de un país con tres mil kilómetros de costa la cifra pudo haber alcanzado los varios cientos de miles, pero también desde niños se nos enseña a evacuar nuestras escuelas, casas y lugares de trabajo, y que una vez finalizado un sismo debemos trasladarnos a un lugar en altura a un par de kilómetros del océano.
Me llama la atención como el dolor puede sacar a luz lo peor que llevamos dentro con turbas de cientos de personas saqueando supermercados en zonas ubicadas a más de quinientos kilómetros del epicentro en donde el abastecimiento de encuentra absolutamente garantizado, pero si el saqueo se limitara a leche, pañales y alimentos podría ser medianamente comprensible pero estamos hablando de tipos que huyen con televisores LCD, lavadoras y cajas de licores en su espalda; peor aún hay quienes se dedican a saquear las casas y autos destruidos con cadáveres frescos aún en su interior. Igualmente surgen comerciantes inescrupulosos que en la zona afectada venden a seis dólares el kilo de pan y cuatro dólares el litro de agua embotellada (normalmente ambos ítem no superan el dólar con cincuenta).
Pero también el dolor saca a la luz lo mejor que tenemos dentro, con bomberos voluntarios que han trabajado sin descanso durante setenta y dos horas intentando sacar, a riesgo de sus vidas, a los atrapados en medio de los escombros. Jóvenes estudiantes que han cruzado medio país para ir a sumergirse en el lodo para ayudar al rescate o que han trasladado por horas pesadas mochilas en sus espaldas cargadas con alimentos para hacerlas llegar a los puntos aislados. Son cientos los que hacen filas frente a la Cruz Roja, la Defensa Civil o la Oficina Nacional de Emergencia para ofrecerse como voluntarios. Hombres y mujeres anónimos distribuyen agua en sus vehículos en las poblaciones donde el servicio se encuentra interrumpido conformándose con una sonrisa y las gracias. Vecinos que quizás nunca habías conocido tocan la puerta de tu casa para preguntarte cómo estás y si necesitas algo, esa conversación se repite con el conductor del micro, con el cajero del banco, con la chica que te vende el café, todos parecieran estar genuinamente preocupados por todos; como nunca abundan los abrazos y los apretones de mano.
Definitivamente una catástrofe no saca lo peor ni lo mejor de nosotros, sencillamente muestra de que madera estamos hechos.
Me quedo con las palabras de una humilde mujer entrevistada con un equipo de prensa mientras observaba lo que había sido su casa ahora convertida en un amasijo de madera, concreto y lodo: “Lo perdimos todos, no se salvo nada, pero estamos vivo y tenemos las dos manas sanas para reconstruirlo todo….”