jueves, 7 de marzo de 2013

Ocaso del Barón

Podremos preservar el pasado pero jamás podremos hacerlo presente. 
En muchas ocasiones el interés por preservar el patrimonio histórico choca con la realidad práctica. Nadie hoy por hoy pensaría en cruzar el Atlántico en carabelas o en transitar por las autopistas en un Ford T, lo que no quita que admiremos réplicas y originales de dichos medios de transporte en algún museo o sitio conmemorativo. 
Bastante se ha hablado en Valparaíso sobre el abandono y paralización de sus tradicionales ascensores, en realidad funiculares, uno de los principales atractivos patrimoniales de la ciudad. Mucho también se ha hablado sobre las demoras del municipio y del gobierno para ponerlos nuevamente en funcionamiento. Mucho también se ha hablado sobre el aprovechamiento político de reinagurarlos justa en época de elecciones alcaldisias. Pero de lo que no se ha hablado es de si de verdad su puesta en funcionamiento es necesaria. 
Cuando la mayoría de los funiculares entró en funcionamiento, a principios del siglo XX, lapoblación de Valparaíso no superaba la centena de mil y quienes vivían en los cerros en su gran mayoría lo hacían en las laderas iniciales hasta la cota cien por lo que los ascensores les resultaban vitales para su desplazamiento. En la actualidad el grueso de los habitantes del puerto viven varios kilómetros cerro arriba más allá de donde llegan los referidos funiculares por lo que su uso es absolutamente inviable, mucho más práctico les resulta tomar un micro o colectivo en el plan de la ciudad que los dejará en las puertas de sus casas.
Reconozcámoslo, el día de hoy los únicos que usan los ascensores son los turistas y los visitantes capitalinos de fin de semana, y con salvedad de los emplazados en los cerros Alegre y Concepción el resto es bastante poco usado por los porteños. Quizás sea necesario preguntarnos si es necesario mantenerlos en funcionamiento vendiendo a los extranjeros una romántica idea que a la práctica tiene poca vigencia actual.

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