martes, 23 de abril de 2013

City Sunset

Es cierto, las moles de hormigón y cristal que hemos levantado en las últimas décadas son invasivas, poco armónicas con el entorno, mal planificadas en lo urbanísticos, poco amigables con el medio ambiente, y un largo etcétera de puntos en contra. Pero no nos engañemos, la mayoría de las maravillas arquitectónicas de la humanidad partieron de la misma forma y en ningún caso fueron concebidas como obras de arte. 
En la antigüedad las pirámides egipcias y aztecas, el Partenón ateniense o los jardines colgantes de Babilonia fueron alzados como símbolos de poder y supremacía con una fuerte megalomanía y en algunos casos como una forma de demostrar trascendencia incluso sobre la muerte. Para la construcción de todos estos se esclavizó y torturó sin consideraciones a miles de personas que desde sus tumbas se deben preguntar porque nos interesa conocer esos lugares. 
Los castillos medievales que repletan el valle del Loira, las highlands escocesas o el curso del Danubio, no fueron pensados como escenografías para los cuentos de Disney. Muy por el contrario estas fortalezas eran símbolos de un opresor poder militar y debieron haber sido el lugar más tétrico en el que alguien de su época haya podido estar. 
Continuemos, para construir La Sagrada Familia en Barcelona, Notre Dame en París o la Catedral de Köln en Alemania, se desplazaron barrios enteros y se cargó con tributos a la masa de desprotegidos, no para darles un lugar donde congregarse sino para alzar un símbolo del ominoso poder de la iglesia. 
El Chrysler building, las torres Petronas o la torre Gran Santiago no son meros gigantescos edificios de oficinas sino que son demostraciones de quienes tienen el poder en un mundo marcado por el mercado de capitales, y como todo poder prácticamente absoluto este suele ser arrogante y autocomplaciente. 
Veámosle el lado positivo, cuando los símbolos del poder tomen otra forma, quizás para nuestros bisnietos, nuestros núcleos empresariales sean un interesante lugar donde contemplar un atardecer y llevarse una fotografía de recuerdo.

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