domingo, 21 de abril de 2013

La Portada

Nadie desconoce que el Monumento Natural La Portada es uno de los íconos turísticos y paisajísticos de nuestro país y en especial de la región de Antofagasta. Nadie lo desconoce menos quizás los antofagastinos.
Convengamos que la gran mayoría de quienes viajan a la capital nortina lo hacen por razones laborales usualmente ligadas a la minería y el turismo es una fuente de ingresos de segundo orden para la ciudad. Pero en lo que respecta al flujo turístico la gran mayoría corresponde al viajero de largo aliento, me refiero a aquel “gringo” que dedica al menos dos meses a recorrer Sudamérica y por sobre todo sus tres imperdibles: el Amazonas, la Patagonia y el desierto de Atacama. Así la mayoría de quienes recalan en la ciudad transitan desde San Pedro de Atacama hacia las playas de Iquique o hacia la magia del Valle del Elqui.
La falta de vocación turística se nota al llegar a un aeropuerto con escasez de transfer o un terminal de buses emplazado en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad del que necesariamente hay que salir en taxis que cobren cuatro veces la tarifa habitual en nuestro país. Continuamos con una oferta hotelera escaza en hostales y hoteles boutique enfocada casi en exclusiva a hoteles de negocio. Sumemos finalmente un down town entregado por completo a los negocios vinculados al comercio sexual.
Pero volviendo a lo que nos convoca el verdadero desafío es conocer La Portada. Primero en una ciudad repleta de inmigrantes, nacionales y extranjeros, son poco los que pueden dar una respuesta exacta de cómo llegar al Monumento Natural, ni siquiera en los hoteles en donde la mayoría de los recepcionistas son recién llegados que están a la espera de que les resulte algún trabajo en alguna compañía minera. Cuando alguien finalmente puede instruirte te das cuenta que debes tomar un incómodo bus que sale cada media hora desde un terminal difícil de encontrar y que ni siquiera te lleva a La Portada sino que te deja a dos kilómetros del macizo costero.
Al llegar al lugar, por sobre todo al atardecer, las formas y los colores te cautivan pero te das cuenta que no hay ningún lugar donde comprar al menos un refresco. Luego al momento de regresar o esperas un aventón o recorres nuevamente esos dos kilómetros para descubrir que se viene la noche y te encuentras de lleno en el patio trasero de la ciudad en donde la sensación de inseguridad es una constante hasta que algún bus te lleve de regreso al centro.
Quizás en una urbe de trasplantados es difícil que sus habitantes logren enamorarse de ella.

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