domingo, 16 de junio de 2013

Horcón Eterno (Republicación del 05/09/09)

Horcón es un pequeño poblado atrapado en el abrazo entre los cerros costeros y el Océano Pacífico, nunca mencionado en los folletos de las agencia de viajes, ignorado por el turismo masivo, congelado en el tiempo de la revolución de las flores, uno de aquellos lugares mágicos a los que siempre se desea volver y quizás esto último sea su mayor desgracia.Hacia mediados del siglo pasado Horcón era una humilde caleta de pescadores artesanales sumidos en la cruda pobreza y prácticamente aislados debido a las dificultades de acceso; y hubiera seguido así de no ser descubierto a mediados de los sesenta por la versión chilena de los poetas beatnik que encontraron allí un lugar de retiro e inspiración, estos mismos años después convertidos en su mayoría en profesores universitarios trajeron a sus alumnos transformando al lugar en la capital del hipismo en Chile. Los pescadores miraron con simpatía que su caserío se llenará con la música de Joplin y Hendrick, las casas se vistieron de colores psicodélicos y las playas ocultas se convirtieron en el lugar ideal para la práctica del amor libre, así a mediados de los setenta en Horcón se entremezclaba la venta de los productos del mar con la comercialización de artesanía hippie. Entre los nuevos y antiguos habitantes de la caleta se creó una productiva simbiosis, los artesanos atraían a los visitantes que buscaban paz y amor y los pescadores se encargaban de alimentarlos en sus restaurantes, trato solemnemente sellado con el habitual trueque de pescados por pitillos de marihuana.En los años ochenta Horcón fue el único sitio en Chile olvidado por los servicios de inteligencia del régimen militar quizás por considerar a sus habitantes unos pacifistas poco peligrosos. Fue en esta época que lo conocí. Solamente allí podía entonarse a viva voz al calor de una fogata canciones de los prohibidos Víctor Jara, Silvio Rodríguez o Jean Manuel Serrat sin que un piquete policial llevara detenidos a los concurrentes. Para visitarlo bastaban solo las ganas y una tienda de campaña pues siempre habría un vecino amable dispuesto a prestar su patio y compartir de su agua e incluso su comida. A pesar de que el olor a marihuana llenaba el ambiente y de que la venta de alcohol era la principal actividad económica puedo decir con certeza que la caleta era uno de los lugares más tranquilos y seguros en el cual se pudiera estar.Llegaron los noventas y ya en democracia el lugar evolucionó en un refugio de hiphoperos y cultores del grunge que buscaban un sitio donde aislarse de la avasalladora invasión del pop.Pero como es lógico suponer muchos de los hippies de los setenta, los contestatarios ochenteros y los alternativos de finales de siglo crecieron, abandonaron sus jeans gastados y sus camisas leñadoras y se convirtieron en médicos, abogados e ingenieros, pero nunca se olvidaron de Horcón y desearon volver, ahora con mayor poder adquisitivo y acostumbrados a otras comodidades, así las playas solitarias y las cimas de los requeríos se llenaron de edificios de altura y condominios privados.Irónicamente en la playa Los Pelicanos ahora abundan los letreros de “Se prohíbe hacer fogatas” puestos allí por orden de los mismos que años atrás se amanecieron cantando al calor del fuego; los mismos que se aventuraron a descubrir playas inexploradas ahora niegan el acceso a las mismas; los mismo que un par de décadas atrás pidieron permiso a algún campesino para acampar en su terreno ahora llenan sus propiedades con rejas, alarmas y circuitos de vigilancia.
Quizás han querido en alguna medida proteger a la caleta del turismo invasivo pero al hacerlo han alterado su esencia, quizás la han querido salvaguardar de la delincuencia pero al hacerlo solo la han atraído porque para los amigos de lo ajeno si alguien convierte su casa en una fortaleza es porque algo de valor hay en ella, quizás han querido reservar el recuerdo de sus días de juventud idealista sólo para ellos y no están dispuestos a compartirlo con otros, quizás pueden haber muchos.
A la vuelta de los años lo único que ha permanecido inalterable en Horcón han sido sus habitantes originales: los pescadores, iguales en sus faenas, iguales en su miseria, iguales en su humildad, iguales en su cordialidad.

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