sábado, 30 de noviembre de 2013

Rojo

Fuente de vida, sangre amerindia 
Flor de copihue, vides en otoño, ríos de lava 
Amanecer patagónico, ocaso andino, 
Semillas maduras de una tarde cualquiera

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cicatrices del Paine

Han pasado casi dos años desde aquel fatídico 27 de diciembre de 2011 cuando la fogata que un turista israelí iniciara con papel higiénico desató un incendio que consumió 17.600 hectaréas, un tercio de ellas de bosque nativo al interior del Parque Nacional Torres del Paine, recientemente elegido como la octava maravilla del mundo. 
Las cicatrices permanecerán por décadas, por más que intenten ser aplacadas por los planes de reforestación, pero en las cercanía del lago Pehóe y del mirador los cuernos los pastizales lentamente recobran su verdor y los árboles carbonizados dejan que el viento, la lluvia y la nieve laman y curen sus heridas. 
Hablamos indignados de descuido, de falta de vigilancia, de irresponsabilidad de los visitantes, de la necesidad de sanciones más severas, pero quizás olvidamos que esta es quizás una cuenta pendiente que la Patagonia aguardó tiempo por cobrarnos. Porque fuimos nosotros, no por descuido, plenamente concientes, los que incendiamos deliberadamente y durante décadas los bosques de Aysén con la finalidad de destinar esas tierras a la crianza de ganado. Quizás en los últimos años solo hemos recibido una cucharada de nuestra propia falta de juicio. 

A contar de 1937 la Caja de Colonización entregó gigantescos terrenos a los primeros colonos bajo que condición de que cada uno comenzara eliminando 120 ha de bosque nativo. La forma más usada fue a través de incendios intencionales que en algunos casos duraron años y arrasaron cientos de miles de hectáreas los que no solo acabaron con la vida vegetal sino que también contribuyeron a una acelerada erosión del suelo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Tejedora

“Tejiendo redes ya se hizo mujer, 
Las mismas redes la vieron crecer, 
Teje que teje con facilidad 
La tejedora va, la tejedora va. 

No me enamores niña hermosa 
Que me puedo resbalar 
Y caer entre tus redes niña, 
Ten más cuidado con tus redes niña, 
Que me voy a enamorar.” 

Cuando pequeña cantaba la canción como una ronda mientras jugaba a las escondidas entre los botes de la caleta Portales. 
Pasaron los años y comenzó a cantarla como una coqueta tonada mientras era mirada de reojo por los muchachos que salían de sus lanchones. 
Han vuelto a pasar los años y no es raro que se sorprenda a si misma cantándola, casi como una letanía y con todo el empeño en que sus hijas no aprendan la misma canción.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Punto de Quiebre

La reunión era importante así que decidí recurrir a artillería pesada. Aprovechando su paso por Chile fui acompañado de Lance, vicepresidente de la compañía norteamericana de tecnología que la empresa en la que trabajo representa Chile, Martin, gerente de ventas para Latinoamérica y el Caribe, ambos gringos algo hispanoparlantes, y Adriana, encargada de negocios para el conosur, quien aportaba ese carisma propio de las colombianas. 
Luego de una hora y media de conversar sobre tendencias, marketing, mercado y otros tópicos quienes nos recibieron nos invitaron a contemplar Santiago desde los miradores del edificio Telefónica, aquella emblemática torre de 134 metros que se levanta junto a la también emblemática Plaza Italia. 
Comentario aparte es que estoy convencido de que la invitación fue más motivada por las largas piernas de Adriana que por una gentileza de quienes nos recibieron. 
Desde el piso 34 la ciudad se abría como una sábana multicolor a nuestros pies. Desde el mirador oriente se podía apreciar la inmensidad creciente del cordón formado por el Cerro San Cristobal, luego el Manquehue, hasta llegar a Los Andes, en esas fechas absolutamente nevados, coronados por El Plomo, la máxima cumbre que puede ser vista desde el centro de la capital. Más cerca de nosotros apreciamos el hermoso Parque Bicentenario de Vitacura y el magnífico mundo de cristal que tienen por emblema a las al que se pierde la vista entre los viñedos de Cousiño Macul. 
La visión cambia desde el mirador Poniente. En primera instancia se aprecia el barrio cívico girando en torno al Palacio de La Moneda, pero más allá todo se funde en una maraña de poblaciones y conjuntos habitacionales donde la densidad demográfica es notoriamente exagerada, cordones industriales a diestra y siniestra, y una omnipresente nube de smog que vuelve todo difuso y borroso. 
Adriana miraba al oriente comentando que esa tarde esperaba irse de shoping en el Parque Arauco mientras Martin miraba al poniente, quizás preguntándose si alguna vez conocerá aquel Santiago que está más allá de los hoteles y restaurantes de la ciudad empresarial. En tanto yo me daba cuenta de lo cierto que es el que vivimos en una ciudad de dos almas que poco conocen una de la otra a pesar de estar unidas por la rotonda de Plaza Italia.

martes, 5 de noviembre de 2013

Licancabur y Quimal

Los abuelos en Atacama saben bien que los volcanes son antiguos guerreros y los cerros son hermosas doncellas. El padre de todos ellos es el anciano e iracundo Lascar, el volcán más activo de Los Andes; de entre los jóvenes los más gallardos eran los hermanos Licancabur yJuriques, iguales en fuerza y bravura, quienes vivían junto a Quimal, la más hermosa de las doncellas quien solía adornarse con las joyas de plata que forjaba en su interior. 
Ambos jóvenes pretendían el amor de Quimal pero esta entregó su corazón a Licancabur. Esto terminó por despertar la furia de Juriques. Su hermano era el favorito de Lascar, además los licanantay, el pueblo de las alturas, lo habían nombrado su protector y constantemente depositaban ofrendas a la Pattaohiri, la madre tierra, a sus pies. 
Ciego de despecho y deseo Juriques intentó poseer a Quimal por la fuerza y aunque no lo logró cuando Licancabur se enteró de lo sucedido de un solo golpe de su masa decapitó a su envidioso hermano quien desde entonces pasaría a ser llamado el descabezado. 
Lo acontecido perturbó la paz en las alturas andinas, los demás volcanes exigían con furia justicia para su hermano muerto y aunque Lascar entendía las razones de su hijo tomó la decisión de enviar a Quimal al destierro cien kilómetros al poniente solitaria en medio del desierto, al otro lado del mar de sal. 
Por eso si hoy visitan San Pedro de Atacama verán erguido protegiendo al pueblo al poderoso Licancabur, a su lado a Juriques descabezado y junto a ellos una enorme explanada vacía donde alguna vez habitó Quimal; y si miran al oeste, al otro lado del Salar de Atacama, verán a la joven solitaria coronando la cordillera de Domeyko. 
Pero la distancia no menguó en nada el amor de Licancabur y su tristeza logró ablandar el corazón de Lascar quien concedió al joven guerrero el pasar una noche al año en compañía de su amada. 
También por eso cada año al amanecer posterior al solsticio de invierno verán que la sombra de Licancabur cubre por completo el cuerpo de Quimal, y es este acto de amor el que marca el inicio del año nuevo licanantay.