miércoles, 10 de junio de 2015

Salvo

El Palacio Salvo no pasa desapercibido desde ningún punto de Montevideo, pero resulta aún más imponente al verlo alzarse por sobre la antigua muralla que guarda la entrada a la Ciudad Vieja. 
No es sólo su tamaño, difícilmente el tamaño puede impresionar a un santiaguino acostumbrado a diario a la descomunal altura del edificio Costanera Center; es más bien su estampa, su clasicismo, la nostalgia presente en él y me imagino que haberlo observado en los tiempos de la Belle Epoque debió haber sido algo realmente sublime. 
Antes de viajar a Montevideo sabía perfectamente que este palacio tiene un hermano gemelo en Buenos Aires que quizás no resulta tan impresionante a la vista por estar atrapado en el sobrepoblado casco urbano próximo a calle Corrientes. 
Poco después de visitar la capital charrúa una querida amiga complementó esa historia contándome que ambos edificios habían sido construidos idénticos por un arquitecto francés con la idea de que uno al otro se miraran a través de la inmensidad del Río de la Plata. 
¡Qué idea más romántica! Dos almas gemelas contemplándose ad eternum, más allá del bullicio y diario vivir de la urbe, más allá de estar separados por el río más ancho del mundo, más allá de que diferentes banderas sean la suya. 
Pero en ocasiones también ocurre en los seres de carne, hueso y alma, cuando más allá del tiempo, las circunstancias, los sueños o el diario vivir, no dejamos de encontrar en medio de la locura de la ciudad los ojos de quien sabemos con certeza es nuestro igual mucho más allá de las distancias.

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